La tempestad de Shakespeare y la nuestra
"Shakespeare es nuestro futuro" dijo Emily Dickinson en el siglo XIX y sigue vigente la frase.
LA TEMPESTAD es su última obra y está llena de magia y encanto.
Una isla solitaria adonde llega Próspero, duque de Milán y lector de libros esotéricos, que ha sido derrocado por su hermano del poder y su hija Miranda.
En la isla se encuentra con Caliban, el único habitante autóctono, un ser deforme a quien hace su esclavo y también aparece Ariel, un duende, un espíritu del aire.
Próspero con sus poderes desata una tempestad y hace naufragar a sus enemigos que lo destronaron y en la isla los enfrenta a sus miedos y ambiciones.
Podemos preguntarnos por qué su hermano lo derroca, porque tal vez pensó que era peligroso un gobernante que cultivara la magia o podemos decir que en el pensamiento de Shakespeare solo un mago podría desatar los acontecimientos ocurridos en la obra.
Desde 1611 que se representa por primera vez las tempestades siguen azotando nuestra isla. Lo inexplicable reina como el espíritu Ariel por estos pagos y la varita que usaba Próspero para sus hechizos funciona de maravillas, nunca mejor dicho.
Aparecen y desaparecen patrimonios, los juicios desafían el tiempo y no hay calendarios que se resistan, los subsidios se destinan a dueños de barcos, las monedas falsas se recomiendan, las trampas se llaman contratos, las aguas del Mar Rojo no se abren y las fuerzas del cielo tienen anemia.
En una costa de la isla los herederos se pelean y en la otra los reyes quieren ser emperadores.
Próspero mira sin saber qué truco usar para calmar la tempestad.
Shakespeare termina su obra haciendo que el duque tire al mar la vara, la capa y el libro mágico.
Por acá nadie larga nada.